Meditación de S. E. R. el Cardenal Amigo por el V Domingo de Cuaresma

El coronavirus y Dios

Siempre es buen tiempo para levantar las manos a Dios; pero hay momentos en que se siente más la necesidad, sobre todo, en circunstancias dolorosas e incomprensibles. La fe exige esta elevación de la mente a Dios, como se decía en los viejos catecismos. Es la oración, la conversación religiosa y confiada con Dios, y pedirle que responda bondadosamente a la súplica del creyente.

Si el Señor hizo tantos milagros para ayudar a las gentes en situaciones de necesidad, ¿por qué no puede hacerlo ahora cuando nos sentimos agobiados ante la pandemia que tenemos encima? Naturalmente que lo puede hacer. Pero Dios tiene que ser coherente en sus acciones divinas, y si creó al hombre libre, con inteligencia y capacidad para resolver sus propios problemas, es lógico que diga: «No me pidas a mí los “milagros” que debes hacer tú». Yo seré tu ayuda y estaré a tu lado; pero a ti te corresponde ahora la investigación, el estudio, la colaboración con otros expertos para poner en marcha las medidas oportunas para solucionar un problema tan grave.

Habrá, pues, que pedir confiada e insistentemente a Dios que ilumine de una manera particular a quienes tienen la responsabilidad de hacer todo lo posible para curar y erradicar el padecimiento que nos aflige, y poner en marcha las medidas, aunque sean excepcionales, que correspondan. El acatar estas disposiciones y medidas es una responsabilidad cívica y moral y, para el cristiano, una obra de caridad y de misericordia, como es la de prestar ayuda fraterna al necesitado.

Se atribuye a Camus esta frase: «En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible». Sin dejar de valorar este elogio a la esperanza humana, recordemos y hagamos oración a Dios la súplica del hombre atribulado: «Devuélveme, Señor, la alegría de tu salvación». La esperanza cristiana no puede reducirse a una quietud inoperante aguardando que llegue la solución por donde sea. Es sincera confianza en Dios, que cumplirá sus promesas e iluminará el camino para saber encontrar los medios necesarios para solventar las dificultades que nos agobian y hacen sufrir. Dios no es el culpable de nada. Es un Padre providente que está en todo momento pendiente de sus hijos para ayudarles a hacer los “deberes”, pero no para hacer olvidar la propia responsabilidad de cada uno.

Carlos Amigo Vallejo

Cardenal Arzobispo emérito de Sevilla

Gran Prior de la Lugartenencia de España Occidental